Después de un estupenda noche de descanso en la pensión, salgo en la mañana a la calle en el pueblito de Órzola, situado en el punto más al norte de Lanzarote. El día está nublado, pero sin lluvia, fresco. Paseo un rato por los muelles mientras los pescadores preparan sus aparejos y una gran lancha de turistas se apresurara a montar a un grupo de extranjeros, alemanes en su mayoría, que van a un tour hasta la cercana isla de La Graciosa. Hay que señalar que, además de las siete islas principales (Tenerife, La Gomera, La Palma, El Hierro, Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura), las Canarias también comprenden seis islas menores (Alegranaza, La Graciosa, Montaña Clara, Isla de Lobos, Roque del Este y Roque del Oeste) de las que los extranjeros poco conocen. De niño, mis tios solían recitarme todas las islas, de manera que se grabara en la memoria infantil el recuento de todas las islas e islotes.
Después de un buen desayuno, un vistazo al periódico local, recoger los bártulos, ... y a pedalear.
Después de un buen desayuno, un vistazo al periódico local, recoger los bártulos, ... y a pedalear.
La carretera bordea una costa agreste, árida, llena de piedra y "mal país" (así llaman en Canarias a la escoria volcánica). |
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Arranco poco a poco, disfrutando del paisaje y del fresco de la mañana. La carretera que he escogido, hacia el sur, va bordeando el mar, con costas llenas de rocas volcánicas, nada amistosas, más bien agresivas. Mientras observo el paisaje, el mar, pienso que el oficio de pedalear requiere esfuerzo y gran concentración pues hay que estar atento a los ruidos de autos y camiones que se aproximan. El peligro siempre está cerca, no se puede uno descuidar ni un segundo, pues puede ser el final del viaje.
Miro a mi alrededor, paro a tomar algunas fotos y me maravilla que la naturaleza pueda surgir, vivir, aferrarse a la vida en este paisaje tan inhóspito. Me impresiona que las plantas tengan ese deseo "de vivir", de llenar un espacio, tal vez de cumplir un papel.
A pesar de la aridez, muchas plantas reverdecen. |
La carretera hacia Arrieta, árida pero con plantas que se aferran a la vida |
Así, mirando el paisaje, con cuidado, llego a Arrieta, donde estuve el día anterior. Un breve descanso, después de estos primeros 12 kilómetros, y sigo hacia el sur. El objetivo, llegar a buena hora al que fuera hogar de Cesar Manrique, en el Taro de Tahiche, cerca de la población de Teguise. Así que sigo adelante, una subida muy larga, recorrida el día anterior pero a la inversa, con montañas muy erosionadas en ambos lados de la carretera.
Hay poca agricultura en esta zona, tal vez por ser muy árida. Finalmente, después de recorrer unos 20 kilómetros más, llego a mi destino, la magnífica construcción donde hoy está la sede de la Fundación César Manrique, el gran artista de Lanzarote. Recorro los jardines, salas de exposición, la extraordinaria puesta en escena de este lugar donde lo natural, la lava volcánica, se mezcla con el diseño único y original de Manrique.
La entrada a la Fundación César Manrique, espacio que fuera su casa en vida. |
Después de este banquete de los sentidos, un buen almuerzo, reponer las fuerzas y de nuevo a la carretera para llegar al destino del día, la caleta de playa Famara, lugar donde los surfistas de toda la isla se reúnen gracias a las condiciones especiales de sus olas. Y claro, me guía el ánimo, y es en lo que pienso mientras me aproximo, de mi hijo Miguel Angel, que estuvo participando en este lugar, hace ya diez años, en una competencia internacional de surf. Con algún esfuerzo, subo hasta Teguise, unas cuestas fáciles y de ahí en adelante, hasta Famara, todo es bajada y un paisaje con muy poca vegetación, lomas pequeñas muy erosionadas. El fresco de la tarde me da en la cara, me aproximo poco a poco y a lo lejos se ven los acantilados, hacia el noreste, que ayer había visto por el lado opuesto.
La gran bajada hacia la Caleta de Famara. Al fondo, los riscos que le dan esa vista tan magnífica. |
Alrededor de las cinco de la tarde llego a la Caleta de Famara, un pueblito muy sencillo, limpio, muy blanco, con apenas dos calles, algunos restaurantes y pensiones y varias tiendas para alquiler de tablas y accesorios de surf. Después de dar un par de vueltas, selecciono un restaurant donde me preparar una excelente cena de pescado, buen vino blanco de Lanzarote y ya, con la barriga llena, casi de noche, salgo a buscar un alojamiento que encuentro en 5 minutos.
Buscar donde dormir es una de las tareas que a muchas personas les inquieta, les preocupa. La incertidumbre, para muchos, es inaceptable. La verdad, hasta ahora nunca he dejado de encontrar buenos lugares, pero hay que buscar, preguntar, hablar con la gente y de repente te dicen "si, en la casa de la señora fulana hay habitaciones..." o algo parecido. Nunca he dejado de conseguir alojamiento, en ninguno de mis muchos viajes por el mundo.
Por la noche pienso en las aventuras que también tendría mi hijo, Miguel Angel, en sus vivencias del surf, que estuvo en estos mismos lugares en 2001. Quien iba a pensar que, diez años después, su padre estaría recorriendo estos parajes, pero en bicicleta...
Algunos lectores me han comentado que debería ofrecer en mis relatos una visión interna de las vivencias: mis penamiento, sensaciones, recuerdos... Tal vez lo más resaltante, lo que siempre tengo en mente es mi buena suerte y mi ánimo en poder realizar este viaje, disponer del tiempo a mi aire, tener los recursos y la fuerza física para hacerlo, a pesar de mi edad. Sentir que la juventud es, ciertamente, un período corto de la vida pero que, más que un asunto de edad, es un asunto de actitud mental, que es lo que nunca nos debe abandonar, aunque no se sea ya tan joven: el espíritu de buscar, no se sabe que cosa; la experiencia de no saber que se va a encontrar en el siguiente recodo de la carrtera; la incertidumbre como estilo de vida; no saber donde se dormirá esta noche; ni donde comeré o con que personas o paisajes me toparé. Esa es la cuestión: la incertidumbre como estilo de vida, en contra de los viajes pleaneados al 100%, donde se sabe todo de antemano, donde no hay imprevistos, donde, la verdad, no hay emoción. Ese estilo de vida, al azar, me encandila, me alimenta, me nutre y me da vida.
Es tal vez por esa razón por la que he escogido este viaje. Un no rotundo a la rutina, al hacer y reahacer diariamente las mismas cosas, saludar a la misma gente, ir por los mismos lugares, no sentir nada nuevo que te de aliento y vida. Esa es mi reflexión, que comparto ahora con el amigo que me lee...
Por la noche, un paseo por la playa, con un cielo clarísimo y estrellado, que me recuerda que nuestro paso por este planeta es ilusorio, breve, pasajero y que tendrá, algún día, su fin. Y me pregunto como, día a día y año a año, los seres humanos aceptamos esas rutinas diarias que más que vivir son un morir en vida. Con razón hay ciclistas de largo aliento que cuando regresan a sus lugares de origen ya no pueden vivir una vida normal, como la que tuvieron antes de lanzarse a lo desconocido.
Les agrego un album con algunas de las fotos que hice por el camino.
Buenas noches y hasta mañana...
Continuará... También puede visualizar las fotos en la siguiente galería
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